“Por la esquina del Viejo barrio lo vi pasar, con el tumbao que tienen los guapos al caminar, las manos siempre en los bolsillos de su gabán, pá que no sepan en cuál de ellas lleva el puñal. Usa un sombrero de ala ancha de medio lao y zapatillas, por si hay problema salir volao; lentes oscuros pá que no sepan qué está mirando y un diente de oro que cuando ríe se ve brillando”. La descripción no puede ser más que de Pedro Navaja, matón de esquina, que cuida con esmero de las bellas mujeres por la que se deja querer a cambio de un jugoso porcentaje de su negocio callejero. Pero, como suele suceder, Pedro Navaja tiene tantos buenos amigos como acérrimos enemigos a quienes molesta que alumbre la avenida con su diente de oro y están dispuestos a apagar ese brillo eliminando para siempre la risa de sus labios.

Explosiva y valiente, Lola, sale victoriosa de todas las trampas que le tienden sus enemigos... Tiene fama de peligrosa, lo es y le gusta la aventura. Ella es hermosa, desafiante, justa y no teme vengarse de quienes la atacan.

La leyenda no terminó con Pedro Navaja. Su hijo heredó el amor de las mujeres y el odio de sus enemigos. Nueva York, Acapulco y México, fueron los escenarios de sus hazañas; violentas, eróticas, alegres y dramáticas.

Una diseñadora vive con una modelo pero al encontrarla con un arquitecto pernocta en otro lado. Al día siguiente ella conoce al arquitecto y se enamora de él. Trabaja en una florería y ayuda a una amiga que vive con un vago. El arquitecto acepta vivir con ella aunque tiene gran aprecio por su libertad. Al enterarse la modelo se molesta pero recapacita y decide vivir con ellos formando un trío amoroso. El arquitecto muere en un accidente. Sus mujeres desconsoladas deciden permanecer solteras y conservar la motoneta del difunto en una especie de altar.