Años 50. Pietro es un cincuentón arisco que trabaja en una cantera en los Dolomitas italianos. Su adicción al vino y su naturaleza reservada no han tardado en convertirle en objeto de mofa para los habitantes del pueblo. Pietro es estricto con su hijo adolescente, Domenico, y desde la muerte de su madre, la relación entre los dos es cada vez más difícil. Una noche, mientras está sentado en su bar de siempre, bebiendo vino a grandes tragos, Pietro oye a Crepaz, su despiadado y arrogante jefe, hablar sobre "el diablo", un oso que lleva algún tiempo matando el ganado y sembrando el miedo entre la población. Harto de ser denigrado por los pueblerinos, Pietro le hace una propuesta a Crepaz: matará al oso a cambio de 600.000 liras, pero si falla, tendrá que trabajar gratis durante un año.

En el idílico escenario de un pueblecito a orillas del Po, surge el amor entre Hassan y Mara. Él es un mecánico tunecino que, tras años de duro trabajo, se ha ganado el respeto de sus vecinos. Ella es una joven a punto de partir a Brasil con una ONG. Giovanni, un chico que aspira a ser periodista, es testigo de esta historia de amor. La vida de los tres dará un giro tras una serie de inesperados y dolorosos sucesos.

Campo veneciano, colinas de Prosecco. El inspector Stucky (Giuseppe Battiston), protagonista de Mientras hay esperanza es prosecco, está llamado a investigar un aparente caso de suicidio: el del poderoso conde Desiderio Ancillotto, que se llevó la vida con un gesto teatral súbita. Stucky (medio persa, medio veneciano) recién ascendido, intenta torpemente llevar a cabo la investigación, aplastado por la inexperiencia y la carga de voluminosos problemas no resueltos. Entre filamentos y burbujas, el inspector tenaz se enfrenta con bottai, osti, confraternite de bebedores sabios, dándose cuenta de que la clave para resolver el misterio reside en la visión peculiar de la vida que anima el área; que la solución al suicidio-crimen del conde pasa por su bodega, entre el vidrio y el corcho, el alcohol y las levaduras dormidas.